martes, 18 de mayo de 2010

Un ojo clínico

Ella medía el mundo con una regla universal, de modo que todo lo que estaba por encima de la raya la asombraba, y lo que quedaba por debajo la decepcionaba. Había desarrollado la habilidad de tal manera, que con su ojo clínico podía hacer mediciones sin usar la regla y con apenas un margen de error de uno y menosún centímetros. Hasta que llegué yo, que no entraba en un mundo de rayas y centímetros. Y se le jodió la regla. Y la guardó. Y ahí desarrolló el síndrome de Diógenes. Porque le desbaraté todos los inventos científicos que tenía para medir/evaluar/calificar la vida, y no pudo hacer otra cosa que guardarlos por si algún día podía usarlos de nuevo.

viernes, 14 de mayo de 2010

La rebelión

Aquel libro no era libro de biblioteca. Era libro de mercadillo. De los que se revenden. De los que van de mano en mano. De primera a segunda mano. De padres a hijos.
Pero nació en un cuerpo que no le gustaba. Y por aquel entonces, la seguridad social no le iba a pagar el cambio de tapa-dura a libro de bolsillo. Así que, ideó un plan. Cogió un poco de su capítulo III, bastante del capítulo VI y algo del prólogo del libro que tenía al lado. Y comenzó a llevarlo a cabo. Cada vez que podía se echaba unos centímetros hacia atrás, para que lo cogiesen. Lo manoseasen. Lo sudasen.
Pasaron años. Y manos. Las esquinas ya estaban dobladas a modo de marcapáginas. Y el libro envejeció. Agudizó lo que quedaba de su tapa-dura y pudo escuchar que alguien se acercaba a la biblioteca. Volvió a echarse unos centímetros para atrás. Y ese alguien decidió que era un libro viejo e inservible, que restaba sitio a otros libros nuevos, con una tapa-dura musculosa y colorida. Por fin, aquel libro podría salir de la biblioteca, de la casa, y viajar.
Por aquella época, los libros viejos no se reutilizaban, sino que se quemaban en la chimenea. La frase "el saber no ocupa lugar" no se conocía. Pertenecía a otro libro anterior (muy viajero también) que había sido quemado recientemente. Así que aquel fue el destino de nuestro pequeño libro. La chimenea. El fuego. Las cenizas. Y mientras se quemaba, el libro no sabía si ardía por el fuego o por la excitación. Comenzó a ser etéreo. Ágil. Libre. Era un humo muy literario el que salía por el tejado.

domingo, 2 de mayo de 2010

La historia del alma que conoció un cuerpo

Cuerpo buscaba alma.
Alma encontró un cuerpo.
Cuerpo contaminó a alma.
Alma ya no es alma, sino un espíritu mundano, epicúreo, en busca de placeres prohibidos que sólo encontrará cuando atraviese las hiedras del edén.